Te miro, me miro. El vaso de wishky en la mano, los ojos rojos inyectados en tinta de tanto fumar la sonrisa ebria, los pómulos brillosos. Piensas que eres grande, que estás condenado al éxito, pero en el fondo sabes que no es cierto. Tu borrachera te lo dice, estás allí en el baño limpiando tu boca, sacando con agua ese sabor a intestino que llevas entre los dientes, en tu nariz, en tu garganta.
Tu vida no ha sido fácil, nadie te ha hecho favores. Tu has llegado hasta aquí solo y con tu esfuerzo. ¿Pero a qué costo? Sigues sonriendo, claro que ahora ya no tan feliz. Golpean la puerta y tienes que salir.
“Límpiate rápido”, piensas, “en un instante todo habrá pasado”. Tus amigos te están esperando afuera, también esa mujer, tu pareja, la que te acompaña esta noche. ¿Para qué te mientes?, si eres un fracasado, ella es fea, horrible y te gusta sólo porque deja que le toques su trasero.
Nuevos golpes en la puerta. “está ocupado, no molesten”, gritas a voz viva. “No distraigan, ignorantes” murmulla tu subconsciente. La billetera sigue en su lugar, las llaves del auto también. ¿Auto? “no puedo manejar así, mejor tomo un poco más de agua”.
En el espejo te sigues mirando, allí estas sonriendo, viendo como tu hígado reclama. “pero las cosas son mejores ahora”, te engañas. Tus bolsillos están llenos, siguen cargados. Nock, nock, nock.
“¿Quién será?, estos imbéciles no saben nada, no comprenden”.
El espejo es pequeño, apenas cabe tu cara y cuello. No está derecho, así que en tu manía lo tomas para enderezarlo, pero se suelta y cae en tus manos. Es liviano, manipulable. “Qué entretenido estar borracho”, sientes que de repente todo fluye y se pone en orden. Acercas y alejas el espejo a tu cara, puedes ver ese macro ojo con mucho detalle. Ese que está rojo, con la pupila tan dilatada que casi no deja ver tu iris. Pero que feo ese punto negro en tu pómulo derecho, vuelves a sentir el mismo desorden de antes.
Así que dejas el espejo sobre el lavatorio porque te acuerdas que tu vaso esta allí al lado. Tomas un asqueroso sorbo para meter más alcohol en tus tripas. Pero el mareo sigue, no es fácil soportarlo. “¿Qué hago? ¿Dónde lo hago?”. Ya no tienes pudor, abres tu billetera, sacas el paquetito y vacías su contenido sobre en el espejo. Que bien se ve, sólo de pensarlo la curadera se aleja. “ocupo la visa o la mastercard, no mejor la tarjeta del trabajo”. Con golpes rítmicos desarmas el frágil terrón y con sólo líneas rectas vas formando una figura. Aunque igual te gusta mirarte en el espejo. Tu reflejo sobre el blanco. Una línea sobre tu ojo simulando una pupila de gato, otra negando tu nariz y la última censurando tu boca.
Sacas una bombilla del bolsillo. Sniff, sniff, sniff.
Que bien sabe. Aunque ya no sientes nada, ni el pedazo de arroz atragantado en tu nariz, ni ese gramo de queso pegado a tu garganta.
Glu, glu. Más agua, más trago.
Nock, nock, nock. Lo externo te sigue importunando.
Cuelgas el espejo nuevamente. Una gota, otra, y ya ves tu pupila y un pulcro banco que casi te encandila. Glu, glu, glu. Más trago para sacar ese olor nauseabundo que ronda tu nasa.
Nock, nock, nock. Corres el cerrojo y abres la puerta. Un montón de gente te mira con rabia, con molestia, pero tu miras a lo lejos, el baile, la música. Caminas y te pierdes dentro de todos en esta noche de nunca acabar.